Casi no había luz en la habitación. Tan solo una pequeña lámpara iluminaba en una esquina de la estancia. Todo parecía tranquilo hasta que se fijó en un detalle: un mosquito no paraba de revolotear alrededor de la bombilla, chocando sin parar una y otra vez. Cada vez que tocaba la superficie caía sin aliento, aturdido por las altas temperatura que allí había. Entonces, alguien preguntó:
─ ¿Por qué no paras? Si sigues así acabarás muriendo.
De forma automática, el insecto contestó como si en su cerebro estuviera programada esa respuesta:
De forma automática, el insecto contestó como si en su cerebro estuviera programada esa respuesta:
─ Porque cuando estoy cerca noto la calidez y eso me reconforta. Aunque luego, llega un punto en el que el calor es tan sofocante que no puedo escapar. Al final, cuando pierdo el conocimiento quedo libre.
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